Cataluña: gasolina al fuego. [Parte II]

26 sep. Zaragoza.- Sin irnos muy atrás en el tiempo, el independentismo parece encontrar su espacio intelectual de ruptura en la guerra de Sucesión española, en la que dos familias reales europeas -los Borbones (provenientes de Francia) y los Habsburgo (provenientes de Austria)- guerrearon por la corona vacante tras morir sin descendencia Carlos II.

*Por M.S.A. En esta contienda cada antiguo reino tomó parte por un pretendiente u otro, Castilla principalmente por los Borbones, y Aragón y Cataluña por los Habsburgo. Tras 12 años de guerra, resulta ganador Felipe, el pretendiente Borbón, cuyas tropas saquearon, incendiaron y destruyeron las ciudades de los territorios contrarios. Esta guerra termina con el Tratado de Utrech, en el que España pierde su territorio europeo y, además, Menorca (recuperada) y Gibraltar (hasta hoy).

Sin embargo, parte de Aragón y Cataluña (entonces un principado) no reconocen el tratado y siguen resistiendo, de modo que Felipe (ya Felipe V) decide dar un escarmiento. La represión es atroz y Barcelona es bombardeada durante un mes. En memoria de estos sucesos se celebra la Diada, el Día Nacional de Cataluña. Durante la guerra, Cataluña se estableció como un territorio autónomo, se generaron instituciones y organización popular y puede afirmarse que, desde luego, apareció y permaneció un sentimiento que, más allá de la denominación del territorio, fue diferencial.

Desde esta perspectiva, escrupulosamente histórica, se trata de un desacuerdo con el Tratado de Utrech. Por lo tanto, que Cataluña siga reivindicando su independencia tiene el mismo sentido que España reivindique la propiedad de Gibraltar.

Sea como sea la paradoja, ahí está. En un caso quedó una sensación de opresión y, en el otro, una sensación de robo.

El independentismo catalán conservador ha adaptado la trayectoria india: ha sabido cuando confrontar. La respuesta de la derecha española, probablemente al igual que la represión inglesa, está sentando una base social y un clima favorable para que, en un futuro con condiciones políticas favorables, bajo un liderazgo carismático, pueda darse la posibilidad real de una independencia catalana.

En cuanto al Partido Popular -PP-, es justo reconocer una de sus máximas: España es uno de los reinos más antiguos de Europa. Si tomamos 1512 como momento formal de nacimiento de España como reino (como toponímico ya existía), tras la unificación de Castilla, Aragón, Granada y Navarra, es coetáneo de Francia (1453) y, desde luego, más antiguo que Alemania (1871), Reino Unido (1707) o Italia (1815). Sin embargo, la gran pregunta es, entonces, ¿por qué motivo perviven en España identidades geográficas tan diferenciales que no se han mantenido en estos países, excepto en Escocia, Irlanda del Norte y, en menor medida, la zona Norte de Italia?

Una cuestión tan compleja no puede explicarse mediante una sola variable, pero es cierto que uno de los vectores puede ser el centralismo y conservadurismo tan fuerte que ha ejercido el poder en España. Ese centralismo no tuvo como respuesta una revolución, como en Francia, o un federalismo, como en Alemania, sino que se se ha perpetuado en la historia. Tras las guerras napoleónicas, mientras en Italia se asumían los ideales de la Revolución Francesa, en España permanecía un rey absoluto y represor como Fernando VII; apenas comenzado el siglo XX, se vivió de nuevo la dictadura militar de Primo de Rivera para salvar a la realeza; y finalmente, unos años más tarde, otro Golpe de Estado permitió la dictadura fascista de Franco.

Esta es la tradición política que hereda el PP y, desde luego, ha cumplido con ella. Había unas cuantas propuestas de solución dialogadas que le hubieran permitido ganar tiempo y situarse mejor: un referéndum consultivo u otro tipo de consulta popular no vinculante bilateral. Sin embargo, ha actuado tal y como el Gobierno catalán esperaba. Su respuesta a este referéndum es la respuesta tradicional del poder nacionalista español a los sentimientos locales: más gasolina al fuego.

Además, la excusa de su actuar, que el referéndum está fuera de la ley, les hace caer en claras incoherencias, ya que el PP apoyó la consulta popular de la oposición venezolana (a pesar de estar fuera de la ley de ese país) y la reivindicó como ejercicio de democracia, al tiempo que no sólo no ha condenado nunca la ruptura de la legalidad del Golpe de Estado de Franco, sino que líderes como Esperanza Aguirre lo han justificado como necesario.

La izquierda electoral tenía serias dificultades para situarse frente al conflicto, con una propuesta federalista superada por las circunstancias, con voces corales y manifiestos de muy diversas procedencias, tanto a favor como en contra del derecho a decidir. Si bien se le supondría un apoyo al derecho a la autodeterminación de los pueblos, recogida en los Pactos Internacionales de Derechos Humanos, apoyar la independencia catalana tal como se está llevando el proceso, significa apoyar a la burguesía, que tras una supuesta ruptura, no tardaría en encontrar los acuerdos económicos adecuados con la burguesía española, dejando el dolor para los pueblos y una sociedad claramente derechizada. Sin embargo, el PP, en su torpeza, lo ha dejado fácil, ya que la izquierda puede colocar su discurso en el derecho a votar, la libertad democrática, el diálogo y el derecho a consulta.

La historia todo lo erosiona, ya nadie echa de menos Cuba ni Puerto Rico; EEUU y Reino Unido son socios comerciales preferentes; la India y Reino Unido son socios comerciales preferentes; España y Latinomérica son socios comerciales preferentes. Queda para la reflexión un debate histórico, a la vista del resultado de los procesos emancipadores liderados por la derecha, como en India o Latinoamérica, ¿cuál debe ser la posición de una izquierda popular y organizada? ¿Una posible ruptura de Cataluña fortalecería posiciones de izquierdas en ambos países o, por el contrario, significaría la persecución de la CUP en Cataluña y una dominación ideológica de la derecha en España?

Si esta escalada no lleva a ningún sitio, si el independentismo catalán baja revoluciones, si el PP aumenta la presión represiva, si se agota el conflicto y hay repliegue, el momento será perfecto para lanzar y colocar el debate federalista sobre la mesa frente una población cansada de polaridades. Sin embargo, no parece que esta circunstancia se desee tanto desde Junts pel sí como desde el PP: el primero ha conseguido fijar la línea enemiga en el PP, junto al Partido Socialista Obrero Español -PSOE- y Ciudadanos; mientras que el PP, en esta confrontación, cierra filas como referente del españolismo, transformando la idea de España directamente en votos propios y acercando a la extrema derecha, justo en el momento que el partido de extrema derecha alemana se convierte en la tercera fuerza en el parlamento. La izquierda debería esperar la oportunidad y, cuando llegue, aprovecharla; que el federalismo se convierta en una tercera vía igualitaria, redistributiva, solidaria e internacionalista.

CI MSA/PC/25/09/17/12:00

*M.S.A. es un destacado escritor y corresponsal de Colombia Informa en España.

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