"fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje"

Henry Cartier-Bresson (1908 - 2004)

Somos hijos e hijas de Colombia, pero no la conocemos en su totalidad. Sólo a grandes rasgos por los libros de historia, las voces de los mayores o las noticias que van hasta el rincón más apartado dependiendo de lo catastrófico del acontecimiento. Sin embargo, uno de tantos andares, o mejor, andantes, nos posibilita llegar hasta los lugares más recónditos de este vasto país y, a través del congelamiento de instantes inéditos y a la vez irrepetibles, nos enseña que Colombia es más que flores, café y narcotráfico.
Más de diez años de incansable trabajo y grandes recorridos nos permiten ver hoy las altas montañas, las profundas llanuras, las indecifrables ciudades y las espontáneas construcciones de territorios inundados de significados. En este libro se van entregando página a página, foto a foto, sonrisa tras sonrisa, hasta descubrir una inmensidad de parajes en los que los rostros, las manos, las tristezas, las luchas y las resistencias, se nos presentan como un todo estructurado alrededor de los hombres, mujeres, niños, abuelos y abuelas que, siendo parte de un lugar común, han sufrido dentro de sí la implementación de un modelo de vida conducido por el individualismo, el consumo y la segregación de las personas más pobres.
El conflicto armado y social se ha emplazado en Colombia. Los territorios han sido cada vez más golpeados por una guerra en la que estos son vistos únicamente como el medio para acumular capital a través de la explotación irracional de nuestros recursos naturales y de la imposición descontrolada de macroproyectos que requieren el despojo y la eliminación de quienes a lo largo de siglos han construido un significado distinto e integral para su tierra.
Hoy en Colombia nos encontramos frente a un panorama desolador: el desaforado avance de la minería a cielo abierto sobre más de la mitad del territorio nacional; concesiones y solicitudes de concesión por doquier en las zonas históricamente pobladas por campesinos, afro descendientes e indígenas; impulso a la construcción de infraestructura vial, puertos de aguas profundas, aeropuertos, zonas francas, autopistas y toda una telaraña de comunicación destinada a la circulación de mercancías traídas de otros países gracias a la imposición internacional de los tratados de libre comercio (TLC); incremento de proyectos energéticos que desconocen que la oferta propia ya supera la demanda interna; desiertos verdes destinados al monocultivo de caña, teca, palma africana y todas aquellas especies aptas para la producción de agro combustibles, y un deterioro creciente de las formas económicas propias y de los sistemas de producción tradicional, sea campesina, indígena o afrodescendiente. Toda una suerte de formas, legales o no, de aniquilamiento del territorio que pasan por la eliminación de sus pobladores ancestrales y del acumulado cultural de los mismos.
Sin embargo, y pese a esta confrontación permanente, hallamos la dignidad para construir y defender nuestra autonomía y las formas propias de autogobernarnos. Día a día luchamos por una liberación diferente a aquella que nos cuenta el sistema capitalista, creemos en la posibilidad de un mejor país y un mejor mundo, y por eso nuestras luchas están enraizadas en nuestra tierra: hacemos parte de ella y por ella damos la vida.
Caminando Colombia nos permite observar, gracias a la lente y a la sensibilidad de Oscar Paciencia, los rostros cansados de las mujeres víctimas del sufrimiento, los niños y niñas expropiadas de la inocencia de sus ojos, los campesinos que hoy intentan recordar sus parcelas en un solar prestado o a través de unas pocas matas de cilantro, los indígenas arrinconados cada vez hacia el olvido de su cultura y cosmovisión, los negros y negras que bajo el indomable sol, en algún monocultivo, se niegan a que borren de su memoria esas canciones, bailes y rituales que los hicieron libres.
Es sabido que al apoderarse de la memoria y perpetuar el olvido, las clases dominantes de la sociedad continúan asegurando su posición y fortaleciendo sus políticas económicas, sociales y culturales; pero es sabido también que el reconocernos y reafirmarnos como los verdaderos y verdaderas dueñas de la tierra, el agua, las semillas y la vida misma, es la forma de conservar, defender y habitar nuestros territorios.
Detrás de tantas injusticias existe la esperanza, la lucha cotidiana por alcanzar un cambio estructural de las condiciones de vida. Para el historiador francés Le Goff, la memoria "no es sólo una conquista, es un instrumento y una mira de poder". Para nosotros y nosotras, nuestra memoria es el poder que aún conservamos y que crece cada día gracias al empeño de la gente, al trabajo que se refleja en la organización comunitaria, el rescate de las tradiciones, los intercambios culturales y la articulación política para la construcción de una nueva sociedad.
Este libro es el recorrido por un país a través de sus imágenes y a la vez algo más importante: la posibilidad de mirarnos a nosotras y nosotros mismos en los pasos, ojos, tristezas y alegrías de tantos hermanos y hermanas que a diario construyen el país en medio de adversidades y sacrificios, sueños y fortalezas. Es por ello que la mirada que demos a través de la lente del fotógrafo es, con cada uno de los matices de las fotos, un adentrarse en el nosotros y en esa memoria colectiva que nos muestra las formas de asumir un pasado para enfrentar y construir un futuro.



MUJERES

"A la mujer que piensa se le secan los ovarios. Nace mujer para producir leche y lágrimas, no ideas; y no para vivir la vida sino para espiarla detrás de las ventanas a medio cerrar".

Patriarcado, machismo, sexismo,discriminación... No son conceptos llenos de significado que podamos leer en algunos libros u observar en carteles en medio de una marcha: son parte de la vida de las millones de mujeres que a diario se enfrentan a un sistema social y económico guerrerista y excluyente.
Esta vivencia se da en campos y ciudades, con matices a veces muy imperceptibles pero que siempre dejan entrever que una de las luchas internas que con más ahínco debemos dar es contra nosotras y nosotros mismos y contra esa cultura de dominación en la que hemos sido educados. Se resiste al devastador avance del neoliberalismo, pero también a esas formas de opresión que parecen ser normales y que sumen a la mujer en un papel relegado, sin considerar cómo ellas perpetúan las resistencias a través de la vida y la dignidad.



CIUDADES y PUEBLOS

Los hermanos progreso y desarrollo han esbozado su sonrisa en las ciudades. Son ellas su mayor logro porque son el epicentro de su poderío económico y el baluarte de la cultura de consumo y dependencia. Son las ciudades las colmenas a las que llegan los millones de seres que, expulsados de sus territorios debido a las políticas legales o ilegales del despojo, se ven obligados a adaptarse a las condiciones de vida que éstas imponen y a buscar en ellas la forma de continuar viviendo, así sea indignamente.
Las ciudades como receptoras de la población rural desplazada no ofrecen más que frustración y servicios inalcanzables, necesidades creadas y el permanente rechazo a todo aquello que no cede ante el modelo urbano construido por el capital, las grandes transnacionales y los gobiernos. Ya sea en una gran ciudad innovadora, prestadora de servicios o receptora del gran capital financiero, o en aquellas urbes a medio hacer, la vivencia de los y las desplazadas es la misma: carencias y la agobiante sobrevivencia diaria. En medio de un país que necesita un campo sin campesinos y una ciudad sin empobrecidos, la clase baja no ve otras opciones que construir desde las periferias sus pequeños territorios, resignificando y añorando en muchos casos la vida de abundancia, tranquilidad y autonomía que tuvo en la ruralidad.
Las ciudades reciben sin deseos a estas masas de campesinos, indígenas y afrodescendientes que superan los cinco millones de desterrados en Colombia. El gobierno considera a estas personas clientela para unas próximas elecciones e intenta comprar sus votos por medio de precarios subsidios que insertan a la gente en una cultura de mendicidad y de abandono. Desde estas ciudades se grita el descontento general, se reconstruye el entramado social y se tejen día a día propuestas que se niegan a continuar viviendo un mundo que no es suyo. Construyen desde la dignidad, la lucha y la cotidianidad una vida en la que no se respira exclusión sino comunidad.



AGUA

Sofocantes veranos y largos inviernos, ir y venir del agua, de la pesca y el cultivo. País cambiante. País biodiverso que cuenta con todos los pisos térmicos y la incontable fauna y flora de selvas, mares, rios, páramos y llanos. País al que se quiere desangrar porque justamente ofrece lo que en otros ya se ha arrasado: los territorios con sus recursos naturales.
En medio de tanta riqueza y de tanto conflicto, el agua. La misma que usamos para lavar la cosecha o jugar en el río, es también apreciada por ser productora de energía o insumo fundamental de la gran minería. El agua, ese elemento que constituye la vida y que es la columna vertebral de las culturas ancestrales, está fuertemente amenazada por intereses mezquinos.
La gran minería requiere mil litros de agua por segundo para extraer un gramo de oro. ¿De dónde va a salir toda esa cantidad? La respuesta es clara: de nuestros territorios. Pero la propuesta es también clara, más que nuestras aguas: defenderemos nuestros recursos y nuestra resistencia fluirá.



TERRITORIO RIQUEZA SAQUEO

Un acumulado que se alimenta del contacto con los otros y del tejido comunitario. Así describen algunas comunidades indígenas su territorio, donde construyen un sistema de vida arraigado como el árbol a la tierra.
Sin embargo, el conflicto y la desigualdad social, la guerra armada, la amenazante hambre y la voracidad del capitalismo, han obligado y obligan a que gran parte de la población rural de Colombia se haya convertido en itinerante. Millones se han visto arrastrados a una ciudad apática y excluyente que nuevamente los desplaza por la miseria y la imposibilidad para reconstruir sus proyectos de vida.
Algunas de las pocas familias que pueden volver a sus tierras se encuentran con que éstas ya están en manos de empresas transnacionales que buscan imponer sus megaproyectos extractivistas. Vuelve a comenzar el ciclo del trasegar inconcluso. Pero los territorios aún conservados se defienden gracias a la tenacidad de sus gentes y se protegen con la lucha enraizada en el sentido del buen vivir y en la proyección de la dignidad como única manera de existir.



ACTIVIDADES HUMANAS

Vivimos y sobrevivimos gracias al trabajo diario, continuo. Otras personas no tienen que trabajar y simplemente siguen con la explotación de los seres humanos y la mirada inmisericorde sobre los territorios.
Nosotros y nosotras, en cambio, dedicamos gran parte de nuestras capacidades y fuerzas a labores no siempre justas o queridas: unos, en los socavones faltos de aire de las minas; otras, en las lanicies sembradas con el monocultivo de caña y la perpetuidad de la esclavitud; otros, en el mal pagado cultivar en tierras ajenas... Pero también gozamos de las labores propias, que amamos y nos forjan como sujetos complementados con el territorio y que han sido transmitidas desde los abuelos de nuestros abuelos: endulzamos el país con la panela y el guarapo tradicional, llevamos el alimento desde las parcelas, chagras, tulpas y terruños hasta las grandes ciudades, abonamos el plátano y el maíz con el ciclo perfecto de la tierra y la luna... y, ante todo, continuamos habitando esta tierra de contrastes.
Estas fotografías son un sincero homenaje a la rudeza del trabajo y a las manos de todos aquellos y aquellas que lo hacen posible. Son las manos desgastadas por la siembra y la cosecha, la minería y el trapiche. También un homenaje a los ojos cansados que, después de las difíciles tareas, observan sin esperanza que la vida se va esfumando y los planes y sueños de un mejor vivir se van perdiendo entre los afanes de la sobrevivencia cotidiana.



INFANCIA

Ninas y ninos: mestizos, indígenas, afros, campesinas y campesinos... Con su piel tostada por el sol, viven en medio de un conflicto que ni siquiera entienden. Los gobernantes dicen que son el futuro el país, pero no se preocupan por su presente. Ellas y ellos, pequeños luchadores de la cotidianidad, hacen parte de la sociedad y de la vida y las alimentan con sus risas, sus preguntas y sus juegos.
Van a la escuela, juegan en el río, trabajan de la mano de sus padres y sus madres. Se van construyendo como sujetos y, a pesar de su corta edad, ya enfrentan la cruda realidad que agobia su existencia. Sus ojos vienen perdiendo la inocencia que chispea en cada mirada, tomando la actitud seria de aquellos que se dan cuenta de la necesidad de construir país frente a permitir que continúe su despojo.
Esta decisión no será fácil. Aunque el sistema intente hacerlos cómplices de su depredación por todos los medios, ellos y ellas tienen sembrada la semilla de la resistencia de sus padres y madres. Conservan, callado pero firme, el arraigo a esos territorios que los han visto nacer y que les proveen la felicidad intocable del compartir con los demás: el balón, la cometa, el tambor, la comida... Lazos imborrables que harán que la mirada inocente se convierta en la mirada decidida de la lucha por la vida y por la dignidad.



CULTURAS

Nos nombramos país pluriétnico y pluricultural, con distintas cosmovisiones del mundo, y sabemos que esa es una de nuestras grandes riquezas. En estos 2.129.748 km² de tierra y mar habitamos indígenas, rom, campesinos, afro descendientes y urbanos... también algunos y algunas espatriadas. Nombramos de diferentes maneras los recursos naturales, el agua, las semillas, la tierra, los minerales y a todos los seres vivos que habitan nuestros territorios y conviven con nosotros, agrados, merecedores de respeto y, ante todo, invaluables.
Para la economía globalizada y el sistema político hegemónico, nuestra pluralidad étnica es un problema porque valoran absolutamente todo con el signo del dinero y su fin es la acumulación desmedida y la extracción exagerada de recursos, sin importar si sus acciones asesinan y destruyen la cultura y a sus constructores. Pero nuestra cultura es ante todo un homenaje a la vida, que se traduce en la armonía con la madre tierra y el respeto al fuerte vínculo que nos une a ella. Por eso hemos sobrevivido como culturas, por eso, también, la defensa de territorios y cosmovisiones es pilar de las comunidades y, sobre todo por eso, por toda nuestra cultura, es que nos empeñamos en permanecer unidos a la tierra, con la convicción de las mujeres que con sus manos tejen nuestra historia y construyen nuestro futuro.



REPRESIÓN y RESISTENCIA

En todas partes del país se habla hoy de paz. Nunca la hemos vivido. Nos preguntamos cada día por su existencia real y nos contestamos que hasta el momento es un concepto vacío que no transciende el discurso y que no lo hará si no cuenta con nosotros y nosotras, como pueblo de carne y hueso, y todo lo que creemos que es y significa. El conflicto, en cambio, sí tiene cuerpo y se mueve constantemente por nuestros territorios. Nacimos y crecimos con él, identificamos sus actores y somos consientes de que su existencia no se constata únicamente por el zumbido de las balas o las explosiones de las bombas, sino también por el hambre, el desplazamiento y el despojo.
Hablar del conflicto significa también mirar detenidamente sus raíces arraigadas en la eterna disputa por la tierra y sus recursos naturales, sentir que a través del sistema económico la opresión se hace cada vez mas insoportable, entender que el modelo extractivista es violento y asesino... Hablar del conflicto es tener siempre presente que en Colombia los ejércitos los conformamos los pobres, que los muertos los ponemos los pobres y que es precisamente a los pobres a quienes nos excluyen de la construcción real de paz, puesto que para ellos, los ricos, sus empresas y latifundios, la paz es acallarnos para continuar con el negocio sobre los territorios y la vida misma.
En esta realidad es que habita el constante miedo: al próximo enfrentamiento armado, al nuevo terrateniente y a su ejército privado, a la solicitud de concesión, a la nueva represa, a la pérdida de las cosechas, al reclutamiento forzado... Y hasta al mañana. Pero resistimos. En silencio o con furia, con pasión o conciencia. Resistimos siempre.



> 1.
Si me pusiera a contar cada una de las arrugas de mi cara tendría que devolver al tiempo cada paso que han dado mis pies, cada atardecer vivido a orillas del río, cada hijo que he parido, cada muerto que he enterrado, cada risa en mi vida... Pero no necesito contar mis arrugas porque son ellas mismas las que cuentan la historia de mi vida, la historia de todas nosotras, mujeres que resistimos y construimos..
2.
Y uno se imagina la ciudad... Cree que es posible vivir en ella y se desplaza. O, peor, lo desplazan a una ciudad nunca imaginada como sitio para existir. A todos y todas nos defrauda la ciudad porque en ella no se vive mejor y ni siquiera nos recibe con la solidaridad esperada. A pesar de todo, intentamos rehacernos con el dolor adentro, con la nostalgia siempre presente y con la utopía del retorno digno. La habitamos y la construimos, así sea des-de una periferia que no nos reconoce.
3.
Mis manos sienten el vaivén del río y con ese ritmo bailan entre el aprender y el enseñar. Entienden de sus dolores, de sus cauces, de sus remolinos, de cuántas historias han pasado por sus agua... Por eso acaricio el río y él acaricia mi cuerpo negro, indio, mestizo y campesino.
4.
Hay gente que cree que la vida es simple y plana. Espero que esa clase de personas se embadurne con mi pobreza, sumerja sus pies en este río y comprenda que la felicidad somos el río y yo, el río y tú, el río y nosotros.
5.
Las manos que estrechamos con nuestros hermanos, compañeras, vecinas y amigos son las mismas que abrazan el fusil o el arado. Son las manos que levantamos en la fiesta, que cubren nuestro rostro inundado de tristeza cuando ésta se agolpa en el alma; son las manos que empuñamos para hacer que de la tierra brote la vida o para acompañar un himno con el puño en alto... Estas manos son las que construyen un país que nos da la espalda o se extienden en las ciudades para pedir una limosna. Son las manos del pueblo: dispuestas a dar, a entregar, a luchar y a abrazar.
6.
Días antiguos,
de sol y alas,
y de viento
en las ramas,
cada hoja una sílaba,
la sombra de una palabra,
palabras secretas
de fragancia y penumbra.

"Canción del viento" Aurelio Arturo

7.
Manos creadoras de vida y contadoras de historias, ellas son también la huella de la memoria y en cada oficio o trabajo dejan la indeleble marca de lo que hemos sido, de lo que somos y de lo que como pueblo construimos cada día.
8.
Existen manos que difícilmente podrán llegar a estrecharse. Hay manos que, entre las ampollas del arado y del machete, guardan espacio para un bastón de mando y un tejido. Hay otras que no tienen ampollas. Su mayor trabajo consiste en disparar las balas que atraviesan nuestros cuerpos y destrozan nuestros territorios.
9.
Las manos son la expresión del eterno contraste entre la vida y la muerte. Algunas toman como arma un fusil y con él defienden su vida; otras, agarran sus símbolos ancestrales y con ellos luchan por sus territorios. Ambas hacen parte de la realidad en Colombia y en algunos casos, llegan a determinar el destino de muchos de sus hermanos y hermanas.
libro Caminando Colombia